De piratería, leyes y dispendios
De piratería, leyes y dispendios
En esta nota sobre piratería, leyes y dispendios hablaremos sobre un tema que genera mucho debate y que está relacionado con grandes intereses económicos, el de la piratería. La copia ilegal o la imitación de productos, afecta a muchos ramos productivos. Relojes, ropa, libros, música y programas son objeto por igual de estas prácticas.
Hasta aquí, no he calificado a tales copias como ilegales, pues ese es precisamente el tema a debate. Lo cierto es que existen leyes de protección a los derechos de autor en muchos países, mismas que tratan de garantizar a los creadores el cobro de regalías por cada copia de su obra que es vendida.
En realidad, esto se ha tomado como un hecho irrebatible, sin reparar en el comportamiento natural de compartir el fruto del trabajo, de cualquier naturaleza. En el fondo, se trata de la imposición de un modelo de vida que tiende a la enajenación de todo. Pero no es este el único modelo que existe, ni, necesariamente, el más benéfico, ni para los autores, ni para los consumidores.
Veremos un par de ejemplos, limitando la discusión a los programas de computadora y a las creaciones musicales.
Sáquese de aquí señor operador que esto es un secuestro y yo manejo el convoy mejor haga caso para usted es mejor, así es que hágase a un lado porque ahí le voy. Hace cuatro años que a mi novia perdí en esas muchedumbres que se forman aquí, la busqué en los andenes y las salas de espera pero ella se perdió en la estación de Balderas. En la estación del metro Balderas ahí fue donde yo perdí a mi amor en la estación del metro Balderas ahí dejé embarrado mi corazón ...
Así comienza la canción del entrañable Rodrigo González, “Rockdrigo”, un rockero mexicano fallecido en el temblor de 1985. Con ese hecho se convirtió, dicho a su muy peculiar modo, en el primer rockero en morir por una sobredosis de cemento. Rockdrigo hizo su carrera en un entorno de peñas y hosterías que eran muy socorridas por las juventudes de aquella época.
Como las generaciones anteriores, los músicos que ahí tocaban solían interpretar canciones escritas y hechas famosas por otros artistas. Y no solo eso, era costumbre grabar discos interpretando cualesquier canciones que el cantante elegía. Todos disfrutábamos diversas interpretaciones y nadie se molestaba, ni acusaba piratería. Ese no era precisamente su caso. Rockdrigo, si bien interpretaba algunos clásicos, se distinguía por componer sus propias canciones, muchas de ellas jocosas, como si se tratara de un Chava Flores ochentero.
Las canciones de Rockdrigo las cantaban muchos músicos, además de él mismo. Uno de los que interpretaron a Rockdrigo fue Alex Lora con su “Tri”. El cantó y grabó la canción del Metro Balderas haciendo, además, algunos cambios en la letra. Su versión fue también muy exitosa y le representó muchas ventas de discos. Sin embargo, en años recientes vimos a ese mismo Alex Lora en un anuncio comercial de la televisión mexicana criticando la piratería y satanizando a los consumidores de la misma, siendo que él nunca pagó regalías a la viuda o a la hija de Rockdrigo. ¿No es incongruente su piratería?
La copia de canciones por parte de los usuarios, grabar en cinta los viejos discos de acetato, o replicar las cintas, tanto como grabar las canciones transmitidas por la radio, eran prácticas habituales desde que los dispositivos de grabación estuvieron a disposición del público.
Y los artistas que interpretaban esas canciones o melodías, no solo no se vieron afectados por «la piratería», sino que su fama se incrementaba en la medida en que sus obras se copiaban y difundían. Eso, en no pocos casos, les generó cuantiosas fortunas, además del cariño de sus seguidores. ¡Y vaya que entonces los cantantes se esmeraban en cantar y no eran subproductos mediocres de los estudios de grabación, como ocurre ahora a menudo!
¿Y entonces? Entonces ocurrió que se impusieron modelos comerciales que convirtieron a los artistas en meras mercancías que había que vender lo más pronto posible y surgían y desaparecían tan rápido como el cometa Kohutek.
En esas condiciones, no importaba la calidad del artista, sino el número de copias de sus discos que se pudieran vender. Para ello bastaba saturar las estaciones de radio de sus canciones, muchas veces bastante malas y con interpretaciones más que lamentables. Pero a fuerza de repetición conseguían, tal vez a falta de otra cosa, que el público las terminara escuchando y, eventualmente, comprando.
Además, el precio de los discos era bastante caro, en parte por la aparición de nueva tecnología (¡sí, el CD fue alguna vez una novedad!), tanto como por la mala calidad de los intérpretes.
Pero entonces las copias hechas en casa comenzaron a ser molestas. Y especialmente aquellas que no eran hechas en casa, sino por personas que encontraron en la copia de los discos y su venta a precios módicos, un jugoso negocio (la piratería).
Y también comenzó a verse mal que un cantante interpretara las canciones de otro (especialmente si lo hacía mejor), pues afectaba a las ventas del “original”. Había nacido una nueva industria (y por partida doble): la piratería (y su combate).
Ahora bien, la industria pirata no es la que afecta a los cantantes o a los autores de las canciones. El hecho de que al compartir la música se haga la difusión (por lo demás gratuita) de su obra, les agencia más fama, como siempre ha ocurrido.
En realidad, los cantantes y los autores son afectados por el modelo de negocio que les fue impuesto. Y es que por cada disco que se vende con su obra, solo una ínfima parte les es entregada a manera de regalías. Es la compañía disquera, el intermediario, la que verdaderamente hace el negocio grande.
Además, no es raro que las mismas compañías disqueras “filtren” los discos maestros para facilitar la generación de copias “apócrifas” o “piratas”, como ocurre también con las películas.
La razón es que la piratería, por su matiz de ilegalidad, resulta de difícil seguimiento. Esto beneficia especialmente a la evasión fiscal y para evitar el pago de regalías. De manera que la piratería es un negocio oculto de algunos de quienes se hacen pasar por víctimas.
Además, en muchas ocasiones se hace que el artista “ceda” sus derechos a cambio de una suma que, a la postre, ha de resultar ridícula en comparación con el dinero que la compañía obtendrá por su explotación. Y lo hacen así porque tal vez lo prefieran antes que complicarse terriblemente en el seguimiento de sus ventas. Esto mismo ocurre con la producción editorial, especialmente de textos.
Como se aprecia, existen muchas maneras para hacer negocio con los artistas, sin que estos sean necesariamente los beneficiarios de su propia creatividad.
Afortunadamente, el impacto del movimiento del software libre, que veremos adelante, también ha alcanzado a la producción musical. Con esto se abren nuevos esquemas que representan mayores beneficios para los productores. Al mismo tiempo, no abusan de los consumidores, ni los hacen ver como criminales por compartir las obras.
Así, los artistas, cada vez en mayor cantidad, están optando por generar sus creaciones con licencias de uso libre (existen diversas) y distribuyéndolas por varios canales (como www.magnatune.com o www.jamendo.com) construyendo modelos de comercio justo que les representan mayores beneficios y facilitan a los consumidores la obtención de música de gran calidad.
¿Y los bits y los bytes?
Hasta ahora, hicimos una muy breve revisión de lo que pasó en el mercado de la música. Pero, ¿acaso los programas de computadora siempre han estado disponibles solo a través de un pago de licencias?
No. Los primeros programas de computadora se realizaron por los equipos de, básicamente, las universidades que las poseían. Entonces eran distribuidos solidariamente entre instituciones, obteniendo beneficio todos de manera colectiva. Esto era por el trabajo de unos, las observaciones de otros, las sugerencias de algunos más, sin que esto constituyera en modo alguno «piratería».
Es decir, era un modelo de producción compartida y de libre distribución. Ni siquiera se pensaba en el concepto de licencias.
Con el paso del tiempo, sin embargo, se impusieron los intereses de algunas compañías de producción de programas que aparecieron en el contexto del auge de las computadoras personales, y se adoptó el modelo del pago de licencias por estos programas.
Estas mismas compañías recurrieron con frecuencia al espionaje tecnológico y “piratearon” a sus competidores, pero en cambio, son las que se quejan más de ser víctimas de la piratería.
Parecería natural que haya que pagar a otro para que nos dé programas para usar en nuestras computadoras, pero como ya se vio, no fue así como se produjeron los primeros programas.
Por fortuna, hubo quienes, siguiendo la tradición de los primeros programadores, pensaron en que debía garantizarse nuestro derecho a emplear los programas de manera libre, por tratarse de productos del intelecto humano, tanto como lo son las matemáticas y sus algoritmos, o como fue siempre el intercambio de avances en las investigaciones entre científicos, muchas veces de distintos países.
No profundizaré en la historia del software libre, pero baste decir que los programas producidos bajo esta filosofía, cuentan con más y mejor soporte, mejores prestaciones, más seguridad y similares comodidades que los generados en las grandes compañías que lucran con los programas. Además, por lo general, son gratuitos y son un legado para la humanidad, por lo que nos pertenecen a todos.
Para ver la magnitud del impacto de la industria del software en la economía de un país, mencionemos que las empresas del ramo reportan que, tan solo en México en 2010 “perdieron” por la piratería 1,199,000,000 USD, y que el 58% de los programas en uso (en México) son piratas.
Esto significa que el valor total de este mercado ronda los 2,000,000,000 USD. Esta cantidad de dinero es la que se estaría dilapidando si todos los usuarios de programas de computadora en México pagan sus licencias. Eentiéndase permisos con muchas restricciones). Pero en realidad NO se trata de una necesidad, pues todas las funciones están a disposición usando programas libres.
Como en el caso de la música, se dispone de esquemas alternos que permiten a las empresas el ahorro del 100% de licencias y dejar de ser vistos como criminales. Además reduce su costo total de propiedad (concepto que engloba la adquisición, capacitación, el soporte y el mantenimiento) en más del 90%. Existen soluciones para cada área de aplicación. Un buen lugar para aprender más es www.gnu.org.
Si deseas que tu empresa se beneficie por el uso de TUS programas, con gusto te podemos ayudar. Hemos logrado ahorros millonarios a varios de nuestros clientes. Ojalá seas uno más que use software libre y no piratería.